Como la buena educación es importante, te vistes antes de abrir la puerta, preguntándote si serán mormones o testigos de Jehová.
—Buenas, soy un editor a domicilio —te dice el extraño hombrecillo que espera sobre el felpudo de entrada—. ¿Le interesaría publicar con nosotros?
Miras al tipo durante unos largos e incómodos segundos. La idea de editores llamando puerta a puerta para ofrecer publicar a desconocidos parece poco lógica, pero quizá sea lo último en hipsterismo.
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