viernes, 3 de octubre de 2014

Le pegas un tiro a Reverte

Esto se lo has visto a Indiana Jones y no es tan difícil como usar un látigo: disparas repetidas veces contra Pérez-Reverte, que te llama cabronazo e hijoputa antes de morir. 
En el centro de la estancia, justo donde el pentagrama invertido, encuentras una trampilla que cede con facilidad. Una escalerilla de mano desciende hasta las profundidades. Quizá sea la entrada al infierno, piensas. O un pasaje al centro de la Tierra. Dante o Verne, ¿cómo saberlo, salvo descendiendo? Y has llegado muy lejos para volver atrás ahora. Además, te parece escuchar a los GEO irrumpiendo en el edificio al son del Horst-Wessel-Lied. 
Con cuidado, inicias el lento descenso. Considerando las circunstancias, el pasadizo está limpio. Y huele a gardenias y a diversos recuerdos difusos. 
Tras veinte minutos, llegas al final de la escalera. Estás en un corto pasillo, frente a una puerta de madera. Dudas brevemente si tocar o entrar por las buenas, decidiéndote por esto último (después de haberte cargado a los académicos, te parece un poco hipócrita ir pidiendo permiso antes de entrar).
Bajo una cálida luz, una hermosa joven te sonríe tendida en una cama. Va vestida con un vaporoso vestido blanco que en casi nada oculta su anatomía perfecta. Alrededor de la cama se amontonan innumerables libros: en las estanterías que cubren las paredes, en las sillas, en el suelo. 
—¿Quién eres, oh, dulce aparición? —dice el cursi que llevas dentro. 
—Soy tu Lectora Ideal —responde con voz sensual, produciéndote una corriente de placer que desciende por la médula espinal hasta los cuerpos cavernosos de tu pene. 
—¿Qué? —atinas a preguntar. 
—Todos los escritores tienen un Lector Ideal para el que escriben sus obras. Algunas veces, ese Lector Ideal son ellos mismos; los hay muy egocéntricos. En ocasiones, es una persona real. Otras, una idea un tanto general, indeterminada. Pero todos tienen su Lector Ideal: yo soy la tuya. 
Tiene sentido que tu lectora ideal sea una tetuda de diecinueve años, piensas, pero todo esto parece demasiado bonito para ser real. ¿Estará cortada la coca con LSD? 
—Ven —dice la exquisita mujer—, ven a mi lado, mi escritor. Amémonos. Leamos. Escribamos. 


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