viernes, 3 de octubre de 2014

Vuelves al pueblo

Coges el primer autobús de la mañana y en un periquete (ocho horas) estás de vuelta en el pequeño pueblo extremeño en el que creciste: Secarral de los Duques. Caminas por sus calles sin asfaltar y comprendes que tu lugar está aquí, con la gente sencilla, lejos del cruel mundillo literario. Saludas al señor cura con una gran sonrisa, él no te reconoce y lanza agua bendita en tu dirección, lo habitual con los forasteros. Matías, el tonto del pueblo, enseña el pene a unas niñas. Las señoras, vestidas de negro, se reúnen en corro y comentan los últimos fallecimientos. 
Estás en casa. 
Tu madre te recibe con un gran abrazo. Tu padre duerme la mona tendido en mitad del zaguán. Un perro bosteza en un rincón. 
Pasan los años, pones un negocio de reparación de bicicletas, conoces a una buena chica temerosa de Dios, te casas con ella, tenéis hijos. Lo normal. Ya casi nunca lees, salvo el periódico. A veces, en el bar, comentas tus años en Madrid, cuando eras literato, y todos te observan con admiración. Hay quien dice que tendrías que presentarte a alcalde, que eres un intelectual, un hombre de mundo y podrías modernizar el pueblo. Tú siempre niegas con la cabeza, horrorizado. 
A veces, cuando todos duermen, te asomas a la ventana y te preguntas si podrías haberlo conseguido. Si podrías haber seducido a la literatura y tenido con ella un romance fructífero para los dos. Pero te resignas y admites que al final no saliste malparado del todo. Al fin y al cabo, nadie ha venido a buscarte todavía por aquel cadáver en la bañera. 


FIN

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